A la deriva
Reseña de la novela Desgracia, de John Maxwell Coetzee para Literatura en Lengua Inglesa.
Alan Eloy Tevez
Año: 2019
John Maxwell Coetzee. MICHELINE PELLETIER DECAUX (El País) |
La transgresión puede ser algo que se vuelve en contra del que la realiza, sobre todo si uno excede los límites de un cargo y de la responsabilidad que se tiene cuando se ocupa una posición de poder. Dicha transgresión puede ser un exceso y puede tener como consecuencia una enorme debacle para quien la realiza. Así ocurre en la novela Desgracia (en inglés Disgrace, de 1999), del sudafricano John Maxwell Coetzee, que en su relato nos presentará una debacle en varias dimensiones.
En efecto, la novela de Coetzee nos acerca a la historia del profesor universitario David Lurie, de 52 años, quien enseña la materia de Comunicación en una institución de Ciudad del Cabo. El profesor se ve a sí mismo como una persona cuyo conocimiento va quedando obsoleto, y también se ve alejado del mundo de lo sexual. Decide sacudir su tediosa vida involucrándose sexualmente con una alumna llamada Melanie Isaacs, muchos años menor que él. Al poco tiempo, el rumor de su relación se va esparciendo por la universidad y se decide su despido; el motivo, claro está, es el de haber abusado de su cargo, de la situación de poder frente a su alumna. Lurie, pese a aceptar su despido de la institución, no muestra en ningún momento arrepentimiento alguno por sus actos, y de hecho se muestra desafiante ante las autoridades.
Las reflexiones de Lurie son las propias de un hombre que, afectado por su edad y por su soledad, decide transgredir los límites que el destino parece haberle impuesto (al menos en sus propias meditaciones) y que él no acepta. En esta transgresión realizada por el protagonista principal, él mismo piensa que está reclamando ante el destino un derecho a continuar con lo que él entiende como impulso de deseo vital y sexual. Resulta difícil de comprender, entonces, que en esta instancia -y aún con lo consciente de sus reflexiones- se justifique a sí mismo como un ser "Poseido por Eros", es decir, por un impulso irrefrenable del deseo. Es muy contradictorio, entonces, cómo alguien reflexiona que es capaz de reclamar por su derecho al impulso vital, y que a su vez se justifique diciendo que estaba prácticamente obligado a ello.
El suceso en la universidad marca la caída en desgracia de Lurie, aunque él mismo se niegue a aceptarlo. Por eso decide evadirse y visitar a su hija Lucy, que vive en una granja en el Cabo oriental. Ella es una mujer independiente y decidida que se ha diferenciado claramente del destino de su familia en la ciudad, pero vive demasiado sola en la granja desde que su pareja se ha marchado; apenas cuenta con la ayuda de otro granjero llamado Petrus, quien trabaja para ella. David, a su vez, pretende que la estadía en el campo le permita avanzar en una nueva obra que está trabajando, sobre el escritor Lord Byron.
El campo, con su extensión y complejidad, resulta ser un lugar en apariencia de modos sencillos pero bajo la superficie se desarrollan conflictos complejos. en el contexto político y social de la Sudáfrica post-apartheid. Con el fin de la segregación racial, los agricultores blancos continúan defendiendo sus tierras de los asaltos e intentos de apropiación de las diferentes etnias de negros que habitan el campo. Esta tensión se respira constantemente en esta parte de la novela, y desemboca con un hecho trágico y a la vez inesperado: el asalto que sufren Lucy y David en la casa, y la violación de la que ella es objeto por parte de tres jóvenes negros, además de que le matan a todos los perros que ella cuida allí.
Este acontecimiento deja sumamente devastada a Lucy, y también deja secuelas en David, aunque lo que sufrió su hija fue aún peor. Por eso, y aunque Lucy no habla durante varios días del tema, David trata de convencerla de hacer la denuncia y ella no la realiza porque -desde su lógica- eso implicaría sucumbir ante sus agresores y la vergüenza pública. Estos argumentos no tienen ningún sentido para David, quien como padre considera que debe hacer todo lo posible para que se encuentre a los agresores de su hija y éstos sean juzgados. Pero el entramado social del campo, muy diferente al de la ciudad, hará nuevamente que él se quede sin respuestas claras ante la nueva situación que se le presenta.
Resulta interesante reflexionar acerca de un diálogo que mantiene David con su hija previo al episodio de violación, cuando ella le pregunta por qué se había involucrado con la alumna de la universidad. En su respuesta (no despojada de la arrogancia que había mantenido también frente a las autoridades de la universidad), él se justifica de manera figurativa, al compararse a sí mismo con uno de esos perros a los cuales buscan disciplinar para modificar su conducta y su negación a aceptarlo. Su transgresión se entrecruza, sin que él lo sepa, con la de los agresores de su hija. También ellos traspasaron sus límites aunque con el objetivo de disciplinarla a ella en su lugar de mujer, con su independencia y su propiedad en el campo. Según la lógica de David, también los agresores de Lucy pudieron
haberse visto impulsados por el impulso irrefrenable que él mismo argüía anteriormente. En este sentido, resulta muy desconcertante cómo el protagonista principal no logra relacionar (aunque no lo estén directamente) estos sucesos entre sí como excesos sistemáticos de un tipo de masculinidad que reclama para sí el cuerpo de la mujer como objeto propio.
Es esta tensión irresuelta entre el deseo y la realidad lo que surca esta obra de Coetzee.A su vez, una serie de degradaciones se van sucediendo, y éstas son: en primer lugar, la de David Lurie, quien pierde su cargo, su prestigio y su estabilidad económica en la universidad de Ciudad del Cabo por abusar de su poder con su alumna; en segundo lugar, la de su hija Lucy, quien va perdiendo de manera estrepitosa su independencia en un campo que la expulsa primero silenciosamente y luego violentamente. La tercera degradación -en un sentido mucho más amplio, y que puede englobar a las primeras dos- es la que atraviesa la nación sudafricana, que pese al fin del apartheid y las promesas de reconciliación entre la minoría blanca y la mayoría negra oprimida durante tanto tiempo, sigue sumida en las mismas asimetrías sociales que no hacen posible tal reconciliación sin que esta sea fruto de un proceso no exento de violencia.
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